Hagamos una reflexión interior y preguntémonos… ¿Por qué aumenta la despoblación en las zonas rurales?
Podríamos entender esa despoblación de manera similar a lo ocurrido en la revolución industrial, la búsqueda de un entorno más fructífero acorde a nuestra manera de vivir, disfrutar de las comodidades que nos ofrecen las grandes urbes, de los trabajos muy bien remunerados, de la economía consumista, de la sociedad llena de oportunidades para que cualquiera sea un líder de masas… pero ¿son motivos suficientes para abandonar lo que antes se consideraban “nuestras raíces”? ¿Qué ha pasado con el dicho popular y extendido de “me he criado en el pueblo de mis padres”?.
La respuesta la encontramos en las directrices que nos hacen seguir las grandes promotoras: vivir en macro edificios residenciales con piscina y pista de padel, o vivir en un lujoso chalet aislado de 3 plantas con un terreno de dimensiones descomunales. O mejor aún, vivir en un angosto apartamento de 30 metros cuadrados escasos, todos estos ejemplos bañados en hipotecas de por vida que acabaran pagando nuestros hijos.
¿Realmente hemos cambiado la vida “de pueblo” por esto?
Entonces… ¿Por qué eliminar cualquier vestigio de apariencia rural de nuestra sociedad? Asociamos “lo rural” con lo pobre, lo analfabeto… Pensamos que vivir o trabajar en el campo es descender en la categoría de uno mismo, en su dignidad, vivir en el campo… alejado de la civilización… ¡no, por Dios!
Hemos perdido las costumbres de nuestros antepasados. ¿Dónde han quedado las casas bajas con cortinas en vez de puertas, o los niños jugando a su antojo en la calle a la peonza o a las carreras de chapas? Esas casas ahora tienen puertas blindadas con doble cerrojo y los niños están en casa jugando con chapas y peonzas digitales.
Fuera del contexto psicológico, y hablando desde un punto de vista arquitectónico, están desapareciendo toda una serie de construcciones tradicionales: pajares, secaderos, silos… para dar paso a gigantes de hormigón y fachadas acristaladas. Pero lo triste es que las pocas construcciones que quedan se quedan en el olvido o pasan a formar parte de una especie de explotación económica gracias al auge del negocio de los “alojamientos rurales”. Simplemente con esas 2 palabras, en el Google, obtenemos 8.150.000 resultados, pajares rehabilitados, molinos recuperados y anuncios del tipo “magnifica masía del siglo XVIII totalmente “rehabilitada”, que conserva su estructura original de madera… habitaciones con encanto…. todo lujo y comodidades… 600€ el fin de semana…”. Cuando llegas al pueblo donde se sitúa (a veces es incluso una pedanía) y ves el estado en el que se encuentra el entorno y destacando un objeto totalmente moderno te das cuenta de que algo falla.
Para esto han quedado esas construcciones. En vez de rehabilitar para vivir se rehabilita para consumir.
Pero no hace falta irse al campo para ver esa metamorfosis de lo antiguo. Solo hay que pasearse por cualquier casco histórico de cualquier ciudad, observar y preguntarse… ¿Cuántas construcciones antiguas quedan (sin contar iglesias, monasterios…)?
A eso me refiero en este artículo, se decide destruir en vez de recuperar. A modo de ejemplo: en la ciudad donde vivo, en la calle de la estación, en menos de dos semanas han derribado 3 edificios que databan alrededor de 1930. ¿Por qué? Fácil, construir edificios de oficinas o edificios de los mencionados apartamentos de 30 metros cuadrados.
Parece que esas edificaciones estorban, son pegotes adosados a las nuevas construcciones, son como trabas en el camino hacia la “modernidad”, pero en ese camino estamos perdiendo lo primordial, que es la identidad.
¿Cómo ha cambiado el concepto de “modernidad” para llegar a su significado actual? Antiguamente se designaba con moderno a aquello que nos facilitaba determinadas labores, oficios… nuestra forma de vida. Hay que recuperar el término “modernidad” en su sentido original esperanzador, frente al discurso negativo y derrotista del actual “posmodernismo”.
Pero ¿cómo recuperar esos valores? Mediante la sostenibilidad (medioambiental, económica…) añadiendo unos valores sociales y psicológicos derivados de la antigua vida vecinal, actualmente fragmentada, por ejemplo:
- Mediante la recuperación de los ciclos naturales con un trasfondo de ahorro energético, reciclaje de materiales, energías renovables…
- Recuperar el concepto de bioclimático y de funcionalidad derivados del “sentido común” tal y como se hacía antes y no derivados del afán de consumismo.
- La base fundamental de toda sociedad: las relaciones entre personas, entre vecinos… recuperar esa identidad espiritual que existía antaño.
Con todo esto, pensemos en las posibilidades que nos da el campo. Nos ofrece trabajo, vivienda, un modo de vida… Seamos realistas, la situación actual no nos permite disfrutar de lujos ni de comodidades, ni mucho menos de encontrar el trabajo de nuestra vida. Hay miles de familias de no tienen ingresos mensuales, ni trabajo y la hipoteca acechando sobre la espalda como la espada de Damocles.
Antes uno cultivaba lo que consumía, ordeñaba, cosechaba… ¿por qué no retomarlo? ¿Y recuperar valores perdidos en el tiempo, dándoles un matiz moderno?
¿Realmente sería una deshonra volver a ese tipo de vida? ¿Y recuperar ese tipo de construcciones?
¿Quiénes estarían interesados este cambio de mentalidad? Aquellos individuos que quieran romper su sumisión respecto al actual sistema capitalista, aquellos que quieran retomar las raíces del pasado, formar parte de una sociedad donde tenga voz y voto, en conexión con la naturaleza, con el entorno…
Lo siento pero yo me niego a rechazar la arquitectura que me identifica, la arquitectura de mis abuelos… de mis antepasados.
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