22 de septiembre de 2011

El patrimonio intangible

Tenemos la tendencia innata de asociar la palabra patrimonio con algo material, con construcciones, con lugares determinados, con parajes históricos… No es del todo incierto, pero también existe un tipo de patrimonio formado en gran parte por elementos intangibles, por elementos no “palpables”. Ese patrimonio es el denominado patrimonio etnológico o patrimonio etnográfico.
Debemos de tener cuidado a la hora de clasificar los elementos que forman parte de este tipo de patrimonio, pues no todos son elementos intangibles, ya que podemos incluir la artesanía, las herramientas de trabajo de una determinada zona… y éstos son elementos tangibles.

Por un lado, el término patrimonio hace referencia a la herencia, al legado de nuestros ascendientes. Por otro lado, el término etnología hace referencia a los pueblos y a sus culturas, al análisis de la sociedad que integran esos pueblos… Haciendo una mezcla de ambos términos llegamos a la conclusión de que patrimonio etnológico hace referencia a la cultura y a los pueblos antepasados, a sus costumbres y tradiciones, a nuestras raíces.

El patrimonio etnológico se compone de una parte inmaterial (fiestas populares, folklore, gastronomía, costumbres, hábitos y muestras de vida…) y de una parte material (bienes muebles, como artesanía, aperos de labranza y utensilios; y bienes inmuebles, como molinos, secaderos o cualquier tipo de construcción vinculada a una determinada forma de vida).


Podemos incluir también como patrimonio etnológico y como bien a proteger, las lenguas de una determinada zona geográfica, como el silbo gomero (empleado para comunicarse en terrenos muy abruptos), las músicas regionales, sacras…
El problema surge de la complicada difusión de estos bienes intangibles, que es muy laboriosa y escasa, siendo a priori el medio escrito y el medio fotográfico los únicos medios posibles para registrarlo.

No nos olvidemos de hablar de los oficios que existían antiguamente o que existen actualmente luchando por permanecer, como son el pastoreo, la cestería, el soplado del vidrio… Tradicionalmente se han ido transmitiendo de generación en generación, de padres a hijos, pero debido a la despoblación paulatina de las zonas rurales y a la industrialización de materiales y procesos, esta herencia se ha ido perdiendo.


En los últimos años se han ido generando en torno a diversos pueblos españoles una especie de representación de oficios y costumbres que existían en siglos pasados. Son los denominados “mercados medievales” y, cierto es que generan unos recursos económicos considerables, sobre todo en zonas al borde del abandono, pero analizando lo que se nos muestra en este tipo de espectáculos podemos observar que los oficios que se exponen, por ejemplo, en un mercado medieval de un pueblo madrileño son exactamente los mismos que los de un pueblo andaluz, o asturiano.

Debemos dejar de lado los teatros en los que se han convertido los actuales mercados medievales y difundir las costumbres y tradiciones que poseían los pueblos de antaño de una manera objetiva, donde prime ante todo tanto la fidelidad histórica como la patrimonial, que representen oficios reales, pidiendo ayuda o fomentando la recuperación de una figura prácticamente olvidada, como son los Maestros Artesanos o, según la UNESCO los “tesoros humanos vivos”, término con influencia japonesa. Se puede representar cómo se vivía hace unas décadas, o unos siglos pero, por favor, siendo fieles a los oficios que existieron y que algunos aún persisten.


El patrimonio etnológico es uno de los patrimonios más olvidados, además de ser el menos valorado por las instituciones (que no establecen los presupuestos necesarios para su conservación y su difusión), relegándolo a patrimonio menor en relación a los demás. Esto acelera el riesgo que tiene el patrimonio etnológico de desaparecer o de solaparse con otros patrimonios, como el artesanal o el arqueológico.


A nivel social, el patrimonio etnológico es la “víctima” de la despreocupación social, del desconocimiento absoluto de nuestros antepasados y de la escasa sensibilización que se tiene por el entorno rural, relegándolo exclusivamente al factor turístico.
Intentamos por todos los medios borrar cualquier tipo de vinculación con el entorno rural y eso hace que poco a poco se pierda nuestra herencia, que el legado que se nos ha dejado desaparezca y, con ello, tradiciones, oficios, hábitos y modos de vida.

En España existe una ley principal que regula en cierta manera este tipo de patrimonio. Dicha ley es la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, donde dentro del Título VI, los artículos 46 y 47 solo hablan de su definición e integración.
Luego cada comunidad autónoma tiene sus propias leyes provinciales, como la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía o la Ley 1/2001, de 6 de marzo, del Patrimonio Cultural del Principado de Asturias.

Puede parecer que el patrimonio etnológico español está muy protegido, pero las leyes existentes solo se limitan a definirlo y a establecer qué entraría dentro de esta tipología y qué estaría fuera, pero no se establece un patrón de actuación adecuado para protegerlo. No se hace nada para salvarlo, y dudo que sepan qué salvar ya que cada día desaparecen pueblos y con ellos sus costumbres y tradiciones pero nadie hace nada al respecto. Los habitantes de estos lugares piden ayudas, piden subvenciones pero no son escuchados.

Como posibles soluciones propongo un estudio exhaustivo de las costumbres, folklore, oficios… que queremos que se incluya dentro de nuestro patrimonio etnológico, platos típicos regionales, ritos y festejos, indumentaria… hacer un estudio por comunidades y tratar y difundir esa información de una manera objetiva, hacer llegar a todo el mundo todo lo que podemos perder dejando de lado a las zonas rurales.
Hace 50 años era impensable y costosa una difusión fuera del entorno documental, pero actualmente con los medios digitales y tecnológico que poseemos, es posible una difusión más concreta y amplia.


Hace falta un conocimiento de las técnicas de trabajo de los oficios tradicionales, estimular la creatividad y el empuje comercial, estableciendo zonas de interés artesanal (localización de talleres) donde se recuperen trabajos que se realizaban antaño y que pueden recuperarse y aplicarse en concordancia con los oficios actuales.

La gran cuestión del tema que nos aborda es explicar la necesidad de que se sigan usando objetos preindustriales, que son mucho más caros y, en teoría, menos cómodos que los objetos artesanales.
Es decir ¿cómo podemos convencer de los valores profundos de los objetos artesanales como para que se asuman en la vida cotidiana actual? Es inevitable el desarrollo tecnológico que hemos sufrido durante las últimas décadas, que involucra cambios en sociedad, arquitectura… y en este tipo de sociedad parece ser que no hay cabida para objetos artesanales, y a veces se confunden con objetos como “el jarrón de una determinada tribu que solo trabaja con guano” o “una exquisita mesita estilo Luis XVI”… Creo que, el hecho de que sean objetos que reflejen muestras de vida que en la mayoría de los casos ya no existe, es un motivo suficiente para su conservación. Son objetos llenos de historia, de recuerdos… son los mejores libros de historia.
Quizás haya que conservarlos como un recuerdo venerable en casas y museos de identidad como algo "que nos explica el pasado" o habría que recuperarlos y actualizándolos sin caer en objetos “kitsch”, quizás asumiéndolos con naturalidad y haciéndolos convivir con los objetos industriales…

Debemos utilizar la Etnología como motor de desarrollo social para la recuperación de las raíces y de la identidad, que sirva como herramienta para combatir problemas actuales como el desempleo, la rotura de las relaciones de vecindad…

Un aumento de museos etnográficos locales o museos de identidad en los pueblos al borde del abandono y una recuperación y fomento de los bienes patrimoniales que poseen puede generar unos recursos que ayuden a ese pueblo a que salga adelante. En dichos museos se pueden albergar todo tipo de bienes etnográficos de dicha zona, artesanía, aperos, herramientas… pueden realizar charlas sobre los hábitos que tenían, los oficios… además se pueden crear departamentos a modo de escuelas taller con clases impartidas por Maestros Artesanos, y no por personal pseudo cualificado, para así continuar con el legado y con oficios que se han ido transmitiendo de generación en generación, siendo esto una inyección de empleo en la localidad, con la creación de pequeños talleres de diversos oficios.

Como conclusión, debemos pensar que una cesta, por ejemplo, antes de que la compráramos en una tienda, existía un oficio que era la cestería, que ese objeto estaba realizado a mano, sin la intervención de ninguna máquina. La mayoría de los objetos industrializados que tenemos alrededor, antes estaban hechos a mano sin la ayuda de ninguna máquina, salvo las manos y el cuerpo del “maestro”.

El patrimonio etnológico es nuestro legado… es nuestra herencia. Si no valoramos lo que nos ha sido transmitido de generación en generación desaparecerá una parte de nuestra historia, una historia que no aparece en ningún libro… perderemos la tradición.


17 de septiembre de 2011

El declive de los faros

Pequeños puntos lumínicos bordean nuestras costas destacando entre la oscuridad circundante. Algunos fijos, otros giratorios… poco a poco muchos de ellos se van apagando… se consumen, desaparecen… son nuestros faros.

Dentro del mundo náutico hay diversas maneras de facilitar la navegación de barcos y demás navíos. Entre ellas podemos mencionar los dispositivos acústicos, los radioeléctricos y los visuales. En este último quiero centrarme y más concretamente en los faros.


Todo el mundo, ya sea de mar o de tierra, de costa o de interior… tiene en mente cómo es un faro, ya que es un elemento arquitectónico característico de cualquier región costera y mundialmente extendido, a diferencia de cualquier arquitectura regional que se limita a una zona determinada.
Además posee infinidad de referencias, tanto literarias (novelas de Julio Verne, poemas de Pablo Neruda o de Rafael Alberti…) como cinematográficas (“el hombre elefante” de David Lynch, “el orfanato” de Juan Antonio Bayona…), sin olvidar referencias pictóricas, leyendas…

Básicamente un faro es una torre de base circular o poligonal, con una potente luz Fresnel en la parte superior, bien fija o rotativa, de diversas tonalidades, a la que se accede mediante escaleras de caracol y que posee varias dependencias anexas, como la vivienda del farero, sala de máquinas…
Se ubica cercana a la costa, junto a ella y en ocasiones dentro del mar a una cierta distancia de la costa, situadas por donde discurren rutas de navegación marítima y tránsito de barcos.
La mayoría de los faros, además de poseer haces lumínicos también están dotados de señales acústicas, sirenas… para los días que hubiese niebla densa y la señal lumínica no fuera suficiente.


La función de estas torres es la de avisar a los barcos de la cercanía de la costa y de las aguas menos profundas, evitando el riesgo de encallamiento. Gracias a los distintos intervalos de los haces de luz, de las distintas tonalidades… los marineros sabían en qué punto de la costa se encontraban. Además, les ayudaban para verificar su posición en las cartas de navegación.

No nos vamos a extender mucho más en detalladas descripciones técnicas, en tipos de luminarias, balizas… ya que hay infinidad de información, impresa y digital. Solo mencionar que durante la Edad Media no se perfeccionaron tecnológicamente pero si en su decoración y que en España actualmente hay 189 faros, de los cuales solo 37 tienen farero. Además existen 29 faros aeromarítimos, que sirven de ayuda a la navegación aérea.
Los faros que siguen en funcionamiento lo hacen gracias a sistemas electrónicos de control.

Durante toda la historia se han erigido multitud de faros, siendo el más antiguo la Torre de Hércules, situada en A Coruña (Galicia). Es un faro romano y tiene el privilegio de ser el faro más antiguo del mundo que aún está en servicio. Se construyó en el siglo I d.C. y, tras muchísimo tiempo, finalmente fue declarado Monumento Patrimonio de la Humanidad el 27 de junio de 2009.


Otros faros importantes y dignos de mencionar son el mítico faro de Alejandría (construido aproximadamente hacia el año 300 a. C.), el Coloso de Rodas (del año 291 a. C.)…

Los faros han quedado relegados al olvido con la aparición de los modernos sistemas de localización vía satélite o GPS, radares, localización por móvil. Poco a poco los fareros han ido desapareciendo y con ellos su función, su trabajo… su vida. Las leyendas de marineros pierden una figura clave.

La verdad es que es difícil concebir una costa sin faro. Es increíble el nexo que se puede establecer entre un lugar y una construcción, pero a veces los faros pasan desapercibidos, y se le da más importancia a los paseos marítimos y demás lugares turísticos y comerciales que a estas construcciones.
Como suele suceder con infinidad de construcciones, no se conceden subvenciones para su recuperación, su mantenimiento y mucho menos para su difusión.


Aunque se haya perdido el uso al que estaban destinado ¿por qué no conservarlos? Se puede modificar su mecanismo para que funcione con energía solar, que sigan luciendo aunque no guíen a los marineros, que sea una luz en la noche, una luz simbólica...

En primera instancia, y el uso que surge en un primer pensamiento, es que se puede transformar el faro en un museo marítimo (tal y como sucede en los faros de decenas de pueblos costeros, como el faro de Cabo Peñas en Asturias), pero profundizando un poco más, la mayoría de los faros solo se componen de un fuste, por lo que sería bastante difícil que albergara un museo sin una construcción nueva anexa (que no es el caso) o utilizando una dependencia anexa existente si hubiera.

Sería factible una conversión a un pequeño santuario, un lugar donde los visitantes pudieran poner una ofrenda a modo de vela, de nota, mensajes... (similar a la casa de Julieta en la italiana Verona), ya que el mar y el agua también tienen muchas referencias con la vida y la muerte, por ejemplo el mito del barquero, el mito del holandés errante…


Al encontrarse la mayoría de los faros en acantilados, antes de una transformación en centro de visitantes o en un lugar de encuentro de senderistas y visitantes, se debe primar la seguridad mediante señaletica adecuada, barandillas, escaleras y caminos en buen estado…

Desde mi punto de vista los faros serían, sin duda, uno de los ejemplos más claros de conversión a residencia, a diferencia de otro tipo de construcción más regional en el que un uso residencial sería totalmente tachado. La mayoría de los faros poseen dependencias en su interior o en construcciones anexas que funcionaban como la vivienda del farero y, en muchos casos, de su familia también, por lo que dicha transformación residencial sería muy factible en este elemento patrimonial.

Otro uso que disponen, menos conocido quizás y fuera del ámbito turístico, es el de su conversión a observatorios ornitológicos. Un buen fin y, desde mi punto de vista, muy factible es una adaptación del faro en un laboratorio de investigación, tanto de especies marinas, animales, aves, plantas… todas ellas autóctonas, estudio de la flora y la fauna, técnicas de prevención y de conservación… de esta manera se vela por la continuidad de esta construcción y, a la vez, de la biodiversidad que lo rodea.

Sea cual sea el uso que se le pueda y quiera otorgar, el caso es que la situación actual de los faros no es muy favorable, la tecnología avanza y, lamentablemente, ello conlleva el abandono de la tradición. En vez de buscar una simbiosis entre ambas se opta por la desaparición, en cualquier ámbito… se sustituyen los faros por navegación digital, se sustituye al farero por máquinas…

O reaccionamos o estas construcciones pasaran a formar parte del amplio listado de construcciones tradicionales desaparecidas.

La recuperación de las zonas rurales

Hagamos una reflexión interior y preguntémonos… ¿Por qué aumenta la despoblación en las zonas rurales?

Podríamos entender esa despoblación de manera similar a lo ocurrido en la revolución industrial, la búsqueda de un entorno más fructífero acorde a nuestra manera de vivir, disfrutar de las comodidades que nos ofrecen las grandes urbes, de los trabajos muy bien remunerados, de la economía consumista, de la sociedad llena de oportunidades para que cualquiera sea un líder de masas… pero ¿son motivos suficientes para abandonar lo que antes se consideraban “nuestras raíces”? ¿Qué ha pasado con el dicho popular y extendido de “me he criado en el pueblo de mis padres”?.

La respuesta la encontramos en las directrices que nos hacen seguir las grandes promotoras: vivir en macro edificios residenciales con piscina y pista de padel, o vivir en un lujoso chalet aislado de 3 plantas con un terreno de dimensiones descomunales. O mejor aún, vivir en un angosto apartamento de 30 metros cuadrados escasos, todos estos ejemplos bañados en hipotecas de por vida que acabaran pagando nuestros hijos.

¿Realmente hemos cambiado la vida “de pueblo” por esto?

Entonces… ¿Por qué eliminar cualquier vestigio de apariencia rural de nuestra sociedad? Asociamos “lo rural” con lo pobre, lo analfabeto… Pensamos que vivir o trabajar en el campo es descender en la categoría de uno mismo, en su dignidad, vivir en el campo… alejado de la civilización… ¡no, por Dios!

Hemos perdido las costumbres de nuestros antepasados. ¿Dónde han quedado las casas bajas con cortinas en vez de puertas, o los niños jugando a su antojo en la calle a la peonza o a las carreras de chapas? Esas casas ahora tienen puertas blindadas con doble cerrojo y los niños están en casa jugando con chapas y peonzas digitales.

Fuera del contexto psicológico, y hablando desde un punto de vista arquitectónico, están desapareciendo toda una serie de construcciones tradicionales: pajares, secaderos, silos… para dar paso a gigantes de hormigón y fachadas acristaladas. Pero lo triste es que las pocas construcciones que quedan se quedan en el olvido o pasan a formar parte de una especie de explotación económica gracias al auge del negocio de los “alojamientos rurales”. Simplemente con esas 2 palabras, en el Google, obtenemos 8.150.000 resultados, pajares rehabilitados, molinos recuperados y anuncios del tipo “magnifica masía del siglo XVIII totalmente “rehabilitada”, que conserva su estructura original de madera… habitaciones con encanto…. todo lujo y comodidades… 600€ el fin de semana…”. Cuando llegas al pueblo donde se sitúa (a veces es incluso una pedanía) y ves el estado en el que se encuentra el entorno y destacando un objeto totalmente moderno te das cuenta de que algo falla.

Para esto han quedado esas construcciones. En vez de rehabilitar para vivir se rehabilita para consumir.

Pero no hace falta irse al campo para ver esa metamorfosis de lo antiguo. Solo hay que pasearse por cualquier casco histórico de cualquier ciudad, observar y preguntarse… ¿Cuántas construcciones antiguas quedan (sin contar iglesias, monasterios…)?

A eso me refiero en este artículo, se decide destruir en vez de recuperar. A modo de ejemplo: en la ciudad donde vivo, en la calle de la estación, en menos de dos semanas han derribado 3 edificios que databan alrededor de 1930. ¿Por qué? Fácil, construir edificios de oficinas o edificios de los mencionados apartamentos de 30 metros cuadrados.

Parece que esas edificaciones estorban, son pegotes adosados a las nuevas construcciones, son como trabas en el camino hacia la “modernidad”, pero en ese camino estamos perdiendo lo primordial, que es la identidad.

¿Cómo ha cambiado el concepto de “modernidad” para llegar a su significado actual? Antiguamente se designaba con moderno a aquello que nos facilitaba determinadas labores, oficios… nuestra forma de vida. Hay que recuperar el término “modernidad” en su sentido original esperanzador, frente al discurso negativo y derrotista del actual “posmodernismo”.

Pero ¿cómo recuperar esos valores? Mediante la sostenibilidad (medioambiental, económica…) añadiendo unos valores sociales y psicológicos derivados de la antigua vida vecinal, actualmente fragmentada, por ejemplo:

- Mediante la recuperación de los ciclos naturales con un trasfondo de ahorro energético, reciclaje de materiales, energías renovables…

- Recuperar el concepto de bioclimático y de funcionalidad derivados del “sentido común” tal y como se hacía antes y no derivados del afán de consumismo.

- La base fundamental de toda sociedad: las relaciones entre personas, entre vecinos… recuperar esa identidad espiritual que existía antaño.


Con todo esto, pensemos en las posibilidades que nos da el campo. Nos ofrece trabajo, vivienda, un modo de vida… Seamos realistas, la situación actual no nos permite disfrutar de lujos ni de comodidades, ni mucho menos de encontrar el trabajo de nuestra vida. Hay miles de familias de no tienen ingresos mensuales, ni trabajo y la hipoteca acechando sobre la espalda como la espada de Damocles.

Antes uno cultivaba lo que consumía, ordeñaba, cosechaba… ¿por qué no retomarlo? ¿Y recuperar valores perdidos en el tiempo, dándoles un matiz moderno?

¿Realmente sería una deshonra volver a ese tipo de vida? ¿Y recuperar ese tipo de construcciones?

¿Quiénes estarían interesados este cambio de mentalidad? Aquellos individuos que quieran romper su sumisión respecto al actual sistema capitalista, aquellos que quieran retomar las raíces del pasado, formar parte de una sociedad donde tenga voz y voto, en conexión con la naturaleza, con el entorno…

Lo siento pero yo me niego a rechazar la arquitectura que me identifica, la arquitectura de mis abuelos… de mis antepasados.

13 de septiembre de 2011

Malas praxis en restauración

Como sucede en decena de oficios de cualquier índole, las buenas actuaciones siempre quedan empañadas por las “malas praxis”, ya sean realizadas por determinadas personas, por determinadas entidades… auténticas extravagancias sin ningún tipo de rigor, ni técnico ni histórico, que salpican cada punto de nuestro territorio.
Ocultas están las intenciones por las que se opta por recorrer el camino fácil, ya sean motivos económicos, políticos o estéticos, pero la realidad es que se actúa sin detenerse a pensar en las consecuencias de nuestros actos sobre los elementos patrimoniales.


El tema que quiero abordar en estas líneas es el referido a las malas restauraciones, a actuaciones ya realizadas o aún en proceso de ejecución, en las que priman los motivos anteriormente señalados sobre cualquier rigor patrimonial e histórico.

¿Qué entendemos por una mala restauración? Aquella que no respeta el valor tradicional de la obra, la que se realiza con materiales que modifican drásticamente la imagen que poseía el elemento anterior a la restauración… es decir, la intervención que priva de identidad al elemento restaurado.
Al igual que sucede con cualquier obra, ya sea arquitectónica, escultórica o pictórica, siempre se pretende que toda intervención pase totalmente desapercibida, utilizando los mismos materiales, las mismas técnicas… y si no es posible, pues se hace todo lo posible para que lo “añadido” ni destaque ni distorsione lo original.

Podemos hacer un largo listado de obras que, por diversos motivos, pueden tacharse de malas restauraciones, como es el caso del Teatro Romano de Sagunto en Valencia (España), restaurado en 1985, en el que se rehace de nuevo el graderío, la escena… Los autores lo entienden como una obra nueva al estar ruinoso el edificio. Esta actuación ha supuesto batallas legales entre partidos políticos, entre administraciones… y a fecha de enero de 2008, el Tribunal Supremo ordena que se derribe la restauración y se quede el Teatro en su estado ruinoso original.

Otro ejemplo menos conocido es el del Teatro Romano de Heraklea Minoa en Sicilia (Italia), donde se colocó una lámina plástica en el graderío para que los asistentes pudieran sentarse, pero debido a la climatología del lugar empezó a surgir vegetación bajo el plástico, incluso destruyendo con sus raíces algunas partes del mismo. Se ordenó quitar dicho plástico.

Como estos ejemplos hay cientos, en todos los puntos de la geografía, pero quiero referirme, de manera concreta, a uno de los edificios de la localidad donde resido.
Se trata del edificio de La Herrería de Torrejón de Ardoz en Madrid (España), un ejemplo de arquitectura civil con un valor histórico importantísimo, además de etnográfico, valores que compartía junto con otras construcciones emblemáticas de la ciudad (por suerte aún en pie) como la iglesia de San Juan Evangelista (cuya construcción data del siglo XVI y su posterior ampliación, hasta su aspecto actual, en el año 1784) y la Casa Grande (que data del siglo XVI).

El equipo de gobierno de la localidad pretendía conservar la fachada del edificio y rehabilitar el interior con una nueva construcción, pero debido al continuo estado de abandono que ha sufrido durante décadas y a las paredes originales de adobe, las fachadas que se apuntalaron para conservarse acabaron derrumbándose. Además, hay que añadir la destrucción de la vivienda anexa (de tipología tradicional castellana).


Ahora se está intentando construir una réplica de cómo fue, un “falso histórico” (una falsificación, restaurar imitando el estado original) con materiales modernos, con estructura metálica, con ladrillo… Lo que llama la atención de la obra es que la están vendiendo, como se puede apreciar en el cartel de obra, mediante el lema “La ciudad recupera un edificio emblemático para conservar y salvaguardar el patrimonio de Torrejón”.


Señores, hablemos claro. Por un lado consienten que se abandone totalmente un edificio emblemático de más de 3 siglos de antigüedad. Luego consienten que se “caiga” debido a una mala ejecución. Y para terminar intentan recrear, de malas formas, el estado que tenía antaño e intentan venderlo como el mayor logro conseguido en rehabilitación de edificios, pero… ¿Cómo va a conservar y salvaguardar el patrimonio de Torrejón un edificio que NO es patrimonio, sino que es un “falso histórico”?

Sinceramente pienso que, al igual que muchos ciudadanos de la localidad, se trata de un derribo “sospechoso”, porque de todos es sabido que el nivel freático (capa de agua subterránea) de la ciudad es muy superficial dada la cercanía del río Henares y que apuntalar unos muros de adobe de 300 años de antigüedad conlleva tras de sí un estudio exhaustivo que, o no se llevó a cabo o no fue tan exhaustivo como debiera.

El caso es que se ha perdido un edificio importante de la localidad que, por muchas recuperaciones que quieran hacer las autoridades locales, no volveremos a disfrutar de él.

La pregunta que debemos hacernos es ¿Cómo podríamos suprimir las malas restauraciones? Abogo por un aumento en las subvenciones tanto a nivel comarcal como estatal, principal motivo por el cual se pierden edificios y elementos patrimoniales.

La no concesión ni la oferta de subvenciones deriva posteriormente en un abandono total de los elementos a conservar, como es el caso reciente de los nuevos derrumbes en las ruinas de Pompeya (Italia) o en particular, el caso antes expuesto del edificio de La Herrería de mi localidad.

Lo que realmente hay que evitar es que el edificio llegue a un estado precario y eso se llama “mantenimiento”. Pequeñas y puntuales acciones económicas salvarían del destino al que se someten decenas de edificios abandonados: la ruina y futuro derrumbe. 


Una correcta y transparente política de dinero público haría que los edificios abandonados recuperasen su posición frente a las construcciones nuevas, fomentar el cambio de uso beneficiaría esta recuperación, ya que dotando al edificio de un uso (idéntico o distinto), éste será mantenido y conservado para beneficio de futuras generaciones.

El problema es que cada vez más son las entidades privadas las que ofertan y se hacen cargo de las labores de restauración de edificios patrimoniales, optando siempre por usos hoteleros, paradores… en vez de la creación de museos de identidad (museos del pueblo), centros sociales o usos que realmente hacen falta, más que una hospedería en un pueblo de 20 habitantes.

Acorde a esto último, tenemos en mente la actual propuesta del ayuntamiento de Roma y del ministerio italiano, de restaurar el Anfitreatro Flavio (el Coliseo), por el cual busca conseguir los 25 millones de euros necesarios para su reconstrucción y la adecuación de los alrededores mediante entidades privadas que, a cambio de esa inversión, tendrían un espacio donde poder promover su imagen (como pasa en los actuales campos de futbol, donde se ubica en el terreno de juego una hilera de pantallas con los patrocinadores).


Pero… ¿hasta qué punto es necesario, hoy en día, reconstruir el Coliseo u otra ruina?
Ese debate será tema de otras líneas. 

Gracias !!!

Quiero daros a tod@s las gracias por la acogida que ha tenido el blog, con más de 200 visitas en el primer día. Esto hace que siga con ello con más ahínco y optimismo. Muchas gracias de corazón. Saludos !!!

11 de septiembre de 2011

Alcalá tuvo aeródromo

Puede que, a simple vista, las siguientes líneas tengan poca relación con el patrimonio y con la identidad cultural, pero en breve podrán comprobar que no estoy muy desencaminado.

En esta ocasión me gustaría hablarles de una construcción que me provoca fascinación a la vez que incertidumbre cada vez que paso por ella o voy a visitarla. Se trata de un enorme esqueleto de hormigón armado que antaño fue pensado como hangar y que ahora se encuentra totalmente abandonado y ruinoso. En su estado y en su posible recuperación me gustaría centrarme, ya que se trata de un claro e indudable vestigio de nuestra historia local.
El hangar del que hablo se encuentra en el Campus Universitario de Ciencias, dentro de los terrenos de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) situado al NE de dicha ciudad.


Antes de hacer una breve reseña histórica me gustaría aclarar que realmente no podemos hablar de una construcción porque del proyecto que realizó Esteban Terradas en los años 40 para implantar este hangar a la nueva Academia General del Aire en Alcalá de Henares solo se ejecutó la estructura, que es lo que se puede observar y lo que logra mantenerse, ya que se abandonó mucho antes de que terminara la obra.

Todo el mundo, al hablar o recordar los aeródromos que hay o que hubo en la zona, siempre mencionan el Aeropuerto de Barajas y la Base Aérea de Torrejón de Ardoz (ambos en Madrid), pero lo que poca gente conoce es que hubo antaño otros dos más, ambos en Alcalá.

En 1913 se inauguró en esta localidad una instalación aeronáutica provisional conocida como Campo del Ángel (en honor a una ermita dedicada al Santo Ángel de la Guardia, que se situaba en la misma zona). Este aeródromo funcionaba como escuela de pilotos para las diversas fuerzas militares españolas. Por aquel entonces no existía el concepto que tenemos en la actualidad de “pista” de un aeródromo, por tanto, los aviones para lograr despegar se orientaban en la dirección donde el viento fuese más favorable.
Estas instalaciones fueron creciendo y fueron albergando aviones más potentes y a un mayor número de militares y pronto estas instalaciones se quedaron pequeñas para dar abasto tanto a los efectivos de la Armada como a los del Ejército del Aire, hasta que, finalmente, se abandonó en 1934.

El nuevo aeródromo para dar cabida a este gran movimiento militar existente se construyó a las afueras de la urbe y se le denominó con el nombre de “Barberán y Collar” en honor a dos pilotos españoles desaparecidos misteriosamente en México en aquella época.

Durante la República, este nuevo aeródromo fue partícipe durante la Guerra de 1936 a 1939, en las misiones de defensa del espacio aéreo madrileño. Con la llegada al poder del general Francisco Franco se dio el paso de crear el Ejército del Aire como tercera fuerza armada española.

El Ejército del Aire español necesitaba un nuevo centro de formación para sus pilotos (denominado con las siglas AGA (de Academia General del Aire) y en un primer momento se pensó ubicar dicha AGA en Alcalá de Henares, en este aeródromo, para lo cual se construyeron nuevos edificios y un inmenso hangar de hormigón armado, pero finalmente se ubicó en San Javier (Murcia).

“Barberán y Collar” se cerró al tráfico aéreo en 1965, pero hasta 1969 mantuvo una guarnición del Ejército del Aire, el cual se usaba como almacén y como otras dependencias auxiliares.

Finalmente los terrenos del aeródromo fueron reutilizados para dar paso al campus externo de la Universidad de Alcalá de Henares, en el cual se reutilizaron y se ampliaron algunos edificios existentes para dar cobijo a diferentes escuelas y servicios de dicha universidad.


Viendo el pasado histórico que posee este hangar no resultaría extraño el pensar en una recuperación inmediata de este elemento, en la consolidación de la estructura existente y gravemente dañada e intentar  establecer algún tipo de programa para su uso y disfrute en la actualidad y en un futuro… pero nada más lejos de la realidad. Tras más de 70 años en pie aún no hay nada previsto para él. Se pretendía instalar bajo esta estructura un gran invernadero que formara parte del Jardín Botánico Juan Carlos I, situado en las proximidades, pero ha caído en el olvido dicho proyecto, junto con otros muchos.
Además, da la impresión de que, al tratarse de arquitectura bélica o relacionada con temas militares, no se le presta mucha atención a la hora de salvaguardar su estado e intentar recuperarlo y darle uso, hecho sorprendente, ya que este elemento no recuerda ni hechos escabrosos ni recuerdos nefastos.

Otro apunte importante y clave para su recuperación es que actualmente está sin catalogar y no posee ningún tipo de protección conocida, formando parte de la Lista Roja del Patrimonio Complutense.


A medida que te acercas al lugar donde se mantiene en pie pueden verse los estragos que han ido causando el tiempo y el continuo abandono que ha sufrido, no los que pueden observarse a simple vista, como humedades, vegetación sobre todos los elementos, pintadas, basura y suciedad… sino en zonas donde el hormigón se está agrietando debido a la oxidación de las armaduras interiores y que muestran una notable y grave debilidad estructural.


Actualmente el uso que se le da a esta instalación es la de almacén de rastrojos y de restos de poda y ocasionalmente se celebran fiestas universitarias, patrones, “paelladas” y “botellones”…

Por todo ello me resulta extraño el hecho de que en el tiempo que lleva la universidad en la zona no se haya hecho nada por incluir este hangar en sus instalaciones ya que, como puede observarse en las fotografías del lugar, tras un refuerzo estructural y una correcta adecuación sería totalmente apto para albergar cualquier tipo uso, educativo o no, que se le quisiera otorgar. Además, estamos hablando de una construcción compuesta por tres naves longitudinales con unas dimensiones descomunales (más de 150 metros de longitud, más de 30 metros de anchura y casi 15 metros de altura en la zona central).

A la hora de adjudicar posibles usos que se puedan establecer aquí he encontrado distintas soluciones y de lo más variadas, resultándome curioso el hecho de que nadie estime oportuno su transformación en museo de la aviación o de temas relacionados con el uso al que iba destinado en los años 40, tal y como defienden algunos mayores.
Una gran mayoría de estudiantes optarían por su transformación en una biblioteca central que de abasto a todas las escuelas universitarias circundantes (ciencias, biología, enfermería…). Y otra gran mayoría optaría por que se acondicionara para albergar los eventos que se realizan en las distintas escuelas en la actualidad, patrones, “paelladas”… de una manera segura.

La primera opción no la veo factible por dos motivos: uno, por el hecho de que cada escuela posee en mayor o menor medida una biblioteca y, dos, porque en la zona centro de Alcalá de Henares se está realizando una obra de remodelación y ampliación de la zona del Rectorado e Infantado y en un futuro albergará una gran biblioteca de varias plantas.

La segunda opción si la veo más factible, la transformación del hangar en un gran centro de recepción de estudiantes, motivado también por la gran afluencia de estudiantes que hay en la zona, no solo locales o nacionales, también internacionales, gracias a los programas de intercambio tipo Erasmus, becas de idiomas... que se ofrecen. Un punto de encuentro donde se pudieran reunir e intercambiar experiencias, relacionarse, celebración de eventos, conciertos…

Sea un uso u otro, alguno de los expuestos o alguno que se pudiera adaptar, lo importante es que debemos preocuparnos por los elementos que forman parte de nuestra historia, ya sean construcciones, elementos… todos ellos están siempre vinculados a etapas del ser humano y de la vida.

Y es que, como bien me dijeron una vez: “… si tiene un uso se conserva, se protege… si no lo tiene se abandona… “… qué razón tiene…

Los hórreos

Nadie puede dudar de la figura del hórreo como elemento configurador del paisaje rural del norte peninsular. Pero… ¿qué es un hórreo?

Un hórreo (cabazo en gallego, horru en asturiano y horriu en cántabro) es una construcción aislada, realizada en madera o piedra, que funciona como almacén o granero y que se encuentra elevada del suelo mediante unos pilares (pegollus) también de madera o piedra para evitar el acceso de roedores. Suele disponer de huecos de ventilación en sus paredes y suele emplearse para el almacenaje de aperos de labranza y productos agrícolas, como fabas, maíz…



El hórreo está vinculado a la tierra, a su explotación… a la economía de subsistencia. Debido a la mala climatología y a la humedad del norte de la península y a las plagas era vital salvaguardar la cosecha obtenida, de ahí el construir este tipo de almacén de madera.

El origen de esta construcción no está claro, pero hay quien afirma que se remonta a la época del Imperio romano (llamándose horreum) y quien afirma que se remonta mucho antes, a la época del Neolítico, pero la idea que toma más fuerza es que son prerromanos, aunque no se pueda justificar debido a la ausencia de restos arqueológicos.

En España, los hórreos se ubican principalmente en la zona noreste (Galicia, Asturias y Cantabria), pero también se dan construcciones similares en la zona de los Pirineos y en el norte de Portugal (espigueiros). En Europa también hay construcciones semejantes, como en Suiza (mazot), Francia (chalot), Suecia (härbre)…

Existen dos tipos de hórreos atendiendo a su morfología: los gallegos de planta rectangular y los asturianos, cántabros… de planta cuadrada. Los hórreos cántabros se diferencian de los asturianos y gallegos en que su cubierta es a dos aguas, a diferencia de los últimos que es a cuatro aguas. Dentro de los hórreos asturianos existen varias tipologías atendiendo al material de cubierta (pizarra, teja curva, paja…), al material de los pegollus… En la zona oriental el material empleado en cubierta suele ser teja curva, mientras que en la zona occidental suele ser lajas de pizarra.

En Internet podemos encontrar multitud de páginas web con las partes que configuran el hórreo detalladamente explicadas, fotos de detalles constructivos…

Básicamente un hórreo se compone de pilpayu (donde descansa el pilar), pegollu (pilar o apoyo), muela (impide el ascenso de roedores), tacu (apoyo del trabe), trabe (vigas del suelo), colondres (paredes del hórreo), liños (vigas que sujetan la cubierta), viga del quesu (vigas que forman la cubierta) y subidoria (escalera de acceso al hórreo).

Hay muchos más elementos que no han sido nombrados y que también configuran el hórreo, como viga carcelera, pontes, tenovia, almanca, camaranchón…

Según la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español son Bienes de Interés Cultural todos los hórreos y cabazos de Asturias y Galicia de más de 100 años. En el caso de los hórreos, están protegidos en todo el Principado y no pueden ser exportados de Asturias, además de estar regulado y prohibido su transporte dentro del propio territorio asturiano. También, al ser integrantes del patrimonio etnográfico asturiano, disponen de un régimen específico de protección recogidos en la Ley del Principado de Asturias 1/2001, de 6 de marzo, de Patrimonio Cultural.

Esto debería ser “a priori” un motivo para su conservación, pero de los aproximadamente 11000 hórreos que actualmente existen en Asturias, desaparece uno al día, es decir, desaparecerían en 30 años si no se toman medidas cautelares para su conservación.


Este abandono puede ser ocasionado por la unión de varios factores, como la despoblación de las zonas rurales junto con las pocas ayudas por parte de la Administración. La Consejería de Cultura y Turismo concede hasta 12000 euros para los propietarios que reúnan una serie de condiciones, entre las que destacan: singularidad y valor histórico, apertura a visitas, cuidado durante los últimos siete años… El coste del mantenimiento o de la recuperación del hórreo supera en la mayoría de los casos al salario que obtiene el propietario. Esto, junto con las escasas ayudas otorgadas, hace que poco a poco se abandone su mantenimiento.

Viendo esto es comprensible que pocos de ellos reciban dichas subvenciones si la mayoría de ellos están abandonados y ruinosos. ¿Entonces? La Administración debería de ser la encargada de preservar los hórreos en peor estado antes de su desaparición. 




Mucha gente aboga por un traslado de los hórreos más deteriorados, pero… ¿A dónde? ¿A un museo? Un hórreo no es solo una construcción individual sino que forma parte de un entorno, por lo tanto es impensable separarlo de él. Otros defienden un cambio de uso de los hórreos, adaptarlo a tiempos modernos, pero… ¿Cómo? ¿Transformarlos en apartamentos? Realmente no sería factible dado las pocas condiciones de habitabilidad que poseen, ya que el uso para el que está destinado es el de almacenaje, por lo que adaptar una vivienda en estos espacios sería una tarea mucho más costosa que la ayuda que ofrece la Administración, sin contar aspectos como evacuación de residuos, impermeabilidad, insonoridad… Con lo cual, los pocos hórreos que aún se mantienen en pie y que no han sufrido de abandono si han cambiado de uso, pero han pasado a ser el techo de garajes a la intemperie, tendederos o trasteros.


Se podría adoptar una solución sostenible mediante la adaptación de la cubierta para la recogida de aguas pluviales, usar el interior como secadero o retomar el uso tradicional de despensa, mediante una explotación ecológica de la tierra, sin pesticidas ni toxinas, alimentos ecológicos que poco a poco se están comercializando y consumiendo. De este modo, además, se retomarían las relaciones de vecindad existentes antaño unidas con un intercambio de productos agrícolas entre los integrantes de esa comunidad.

Desde aquí propongo una solución mediante la creación de un censo objetivo, un inventario de los hórreos existentes que aún puedan recuperarse, pero no solo limitado a su ubicación sino un estudio exhaustivo del mismo, además del empleo de maderas utilizadas antaño (roble, castaño…) para la restauración de los hórreos más antiguos (incluso reutilizar la madera de hórreos ya destruidos o en un estado irrecuperable) y que el empleo de otro tipo de maderas pudiera perjudicarlo.

Todo esto junto con un programa de difusión, por medio de ecomuseos (museos fusionados con el medio ambiente), rutas etnológicas, visitas guiadas… que muestren el hórreo tal y como es, es decir, una construcción específica de Asturias y que es un símbolo identificativo de la zona, por tanto, defender la identidad de esa construcción.

Los hórreos no son solo un reclamo turístico, son un justificante de un modo de vida, entender el por qué de su construcción es entender el origen de este elemento y, por tanto, encontrar las razones para su conservación.