Como sucede en decena de oficios de cualquier índole, las buenas actuaciones siempre quedan empañadas por las “malas praxis”, ya sean realizadas por determinadas personas, por determinadas entidades… auténticas extravagancias sin ningún tipo de rigor, ni técnico ni histórico, que salpican cada punto de nuestro territorio.
Ocultas están las intenciones por las que se opta por recorrer el camino fácil, ya sean motivos económicos, políticos o estéticos, pero la realidad es que se actúa sin detenerse a pensar en las consecuencias de nuestros actos sobre los elementos patrimoniales.
El tema que quiero abordar en estas líneas es el referido a las malas restauraciones, a actuaciones ya realizadas o aún en proceso de ejecución, en las que priman los motivos anteriormente señalados sobre cualquier rigor patrimonial e histórico.
¿Qué entendemos por una mala restauración? Aquella que no respeta el valor tradicional de la obra, la que se realiza con materiales que modifican drásticamente la imagen que poseía el elemento anterior a la restauración… es decir, la intervención que priva de identidad al elemento restaurado.
Al igual que sucede con cualquier obra, ya sea arquitectónica, escultórica o pictórica, siempre se pretende que toda intervención pase totalmente desapercibida, utilizando los mismos materiales, las mismas técnicas… y si no es posible, pues se hace todo lo posible para que lo “añadido” ni destaque ni distorsione lo original.
Podemos hacer un largo listado de obras que, por diversos motivos, pueden tacharse de malas restauraciones, como es el caso del Teatro Romano de Sagunto en Valencia (España), restaurado en 1985, en el que se rehace de nuevo el graderío, la escena… Los autores lo entienden como una obra nueva al estar ruinoso el edificio. Esta actuación ha supuesto batallas legales entre partidos políticos, entre administraciones… y a fecha de enero de 2008, el Tribunal Supremo ordena que se derribe la restauración y se quede el Teatro en su estado ruinoso original.
Otro ejemplo menos conocido es el del Teatro Romano de Heraklea Minoa en Sicilia (Italia), donde se colocó una lámina plástica en el graderío para que los asistentes pudieran sentarse, pero debido a la climatología del lugar empezó a surgir vegetación bajo el plástico, incluso destruyendo con sus raíces algunas partes del mismo. Se ordenó quitar dicho plástico.
Como estos ejemplos hay cientos, en todos los puntos de la geografía, pero quiero referirme, de manera concreta, a uno de los edificios de la localidad donde resido.
Se trata del edificio de La Herrería de Torrejón de Ardoz en Madrid (España), un ejemplo de arquitectura civil con un valor histórico importantísimo, además de etnográfico, valores que compartía junto con otras construcciones emblemáticas de la ciudad (por suerte aún en pie) como la iglesia de San Juan Evangelista (cuya construcción data del siglo XVI y su posterior ampliación, hasta su aspecto actual, en el año 1784) y la Casa Grande (que data del siglo XVI).
El equipo de gobierno de la localidad pretendía conservar la fachada del edificio y rehabilitar el interior con una nueva construcción, pero debido al continuo estado de abandono que ha sufrido durante décadas y a las paredes originales de adobe, las fachadas que se apuntalaron para conservarse acabaron derrumbándose. Además, hay que añadir la destrucción de la vivienda anexa (de tipología tradicional castellana).
Ahora se está intentando construir una réplica de cómo fue, un “falso histórico” (una falsificación, restaurar imitando el estado original) con materiales modernos, con estructura metálica, con ladrillo… Lo que llama la atención de la obra es que la están vendiendo, como se puede apreciar en el cartel de obra, mediante el lema “La ciudad recupera un edificio emblemático para conservar y salvaguardar el patrimonio de Torrejón”.
Señores, hablemos claro. Por un lado consienten que se abandone totalmente un edificio emblemático de más de 3 siglos de antigüedad. Luego consienten que se “caiga” debido a una mala ejecución. Y para terminar intentan recrear, de malas formas, el estado que tenía antaño e intentan venderlo como el mayor logro conseguido en rehabilitación de edificios, pero… ¿Cómo va a conservar y salvaguardar el patrimonio de Torrejón un edificio que NO es patrimonio, sino que es un “falso histórico”?
Sinceramente pienso que, al igual que muchos ciudadanos de la localidad, se trata de un derribo “sospechoso”, porque de todos es sabido que el nivel freático (capa de agua subterránea) de la ciudad es muy superficial dada la cercanía del río Henares y que apuntalar unos muros de adobe de 300 años de antigüedad conlleva tras de sí un estudio exhaustivo que, o no se llevó a cabo o no fue tan exhaustivo como debiera.
El caso es que se ha perdido un edificio importante de la localidad que, por muchas recuperaciones que quieran hacer las autoridades locales, no volveremos a disfrutar de él.
La pregunta que debemos hacernos es ¿Cómo podríamos suprimir las malas restauraciones? Abogo por un aumento en las subvenciones tanto a nivel comarcal como estatal, principal motivo por el cual se pierden edificios y elementos patrimoniales.
La no concesión ni la oferta de subvenciones deriva posteriormente en un abandono total de los elementos a conservar, como es el caso reciente de los nuevos derrumbes en las ruinas de Pompeya (Italia) o en particular, el caso antes expuesto del edificio de La Herrería de mi localidad.
Una correcta y transparente política de dinero público haría que los edificios abandonados recuperasen su posición frente a las construcciones nuevas, fomentar el cambio de uso beneficiaría esta recuperación, ya que dotando al edificio de un uso (idéntico o distinto), éste será mantenido y conservado para beneficio de futuras generaciones.
El problema es que cada vez más son las entidades privadas las que ofertan y se hacen cargo de las labores de restauración de edificios patrimoniales, optando siempre por usos hoteleros, paradores… en vez de la creación de museos de identidad (museos del pueblo), centros sociales o usos que realmente hacen falta, más que una hospedería en un pueblo de 20 habitantes.
Acorde a esto último, tenemos en mente la actual propuesta del ayuntamiento de Roma y del ministerio italiano, de restaurar el Anfitreatro Flavio (el Coliseo), por el cual busca conseguir los 25 millones de euros necesarios para su reconstrucción y la adecuación de los alrededores mediante entidades privadas que, a cambio de esa inversión, tendrían un espacio donde poder promover su imagen (como pasa en los actuales campos de futbol, donde se ubica en el terreno de juego una hilera de pantallas con los patrocinadores).
Pero… ¿hasta qué punto es necesario, hoy en día, reconstruir el Coliseo u otra ruina?
Ese debate será tema de otras líneas.